domingo, 18 de diciembre de 2022

MAGIA - Capítulo 1. (Muestra gratuita).

Era un día como otro cualquiera. El sol brillaba en las alturas, dotando a las nubes de un aspecto tan radiante que parecían de algodón. Desde la ventana del castillo se veía el pueblo casi en su totalidad, y el ir y venir de sus habitantes llenaba las vistas de un toque especial; parecía una pintura en movimiento.

El rey Volkar estaba en pie desde muy temprano. Se había enfrascado en una de sus tareas y se negaba a dejar que alguien más la realizara. Con su musculoso torso al descubierto, acomodaba el tronco que había tomado de una enorme pila. El hacha subía y bajaba, rauda y veloz, partiendo el leño en dos. El sudor le resbalaba por la cara, llenándosela de pequeñas gotas. 

Después de haber partido leña un buen rato, se detuvo, se apoyó sobre el hacha que había usado (a modo de bastón) y se pasó el antebrazo por la frente, eliminando el exceso de sudor. Entonces, utilizando la mano como si de una visera se tratase para evitar que el sol lastimara su vista, buscó a sus hijos colina abajo, quienes se habían despertado al mismo tiempo y yacían sentados junto al río.

—¡Eh, chicos, no quiero que se alejen, no quiero perderlos de vista! —dijo el rey aumentando el tono de su voz como si imitara un terrible rugido.

—¡No, padre, aquí estamos! —contestaron los tres al unísono mientras lo saludaban. Estaban en la orilla mojando sus pies en el agua transparente del río, que fluía de manera tranquila. 

Observando a sus hijos, se percató de que el tono de color que adornaba sus cabellos iba haciéndose más intenso conforme pasaban los años.

—«Es verdad», se dijo para sí, «el color se va haciendo más intenso a medida que van creciendo; es tal y como predijo Zaktana, el hechicero».

Y vinieron a su mente recuerdos de años atrás:

Cuando Raleska, la esposa del rey, estaba embarazada de su primer hijo, el hechicero les dijo que la concepción se había realizado durante una luna llena azul; era una luna que se daba cada dos mil años, de la cual nadie sabía el origen del color con la que se veía iluminada. El efecto de esa luz le daría a su primogénito control sobre el agua y el hielo.

—«Es casi seguro que su primer hijo será un poderoso hechicero azul en un futuro. Se darán cuenta porque tendrá un lunar en la cabeza que le teñirá unos mechones de ese color, y, conforme vaya creciendo, este se irá haciendo más intenso», les dijo Zaktana.

«Dentro de algún tiempo volverán a tener noticias mías, pues veo en su futuro a dos descendientes más que tendrán la misma dicha: los tres serán hechiceros muy poderosos».

Tal y como prometió, Zaktana apareció dos años después. Era el día del nacimiento del segundo descendiente de los reyes, que sería su primera hija. Nació durante un atardecer en el cual el cielo lucía pintado de un color violáceo. Les hizo saber que la hija que acababa de nacer, gracias a la energía que irradiaba ese extraño atardecer, tendría control sobre el espíritu y el alma de las personas y de los animales, lo que le otorgaría la cualidad de curar males físicos y espirituales. Sería capaz de manipular magia, y les dijo que se darían cuenta porque el color de algunos mechones de su cabello iría cambiando con el paso del tiempo, como con el primogénito. Ella sería una hechicera violeta.

La tercera descendiente del rey nació durante un atardecer, pero, a diferencia del nacimiento de su segunda hija, ese atardecer se vio adornado por un color entre rojo y rosado. Zaktana volvió a aparecer ante ellos para decirles que su hija, la tercera y la más pequeña, tendría la facultad de controlar el fuego, y que veía la posibilidad de que ella fuera la más poderosa de los tres. Ella sería una hechicera roja.

Volkar regresó de su ensimismamiento y cayó en la cuenta de que habían pasado trece años sin saber nada del hechicero. Sus hijos habían vuelto del río y estaban de pie, frente a él.

—¿Te sucede algo, padre? —preguntó Raiquen mientras lo miraba extrañado.

—Sí, padre, ¿qué pasa? —preguntaron casi al unísono Kaelan y Lisandra.

Volkar parpadeó un par de veces, miró a sus hijos y, después de recuperarse de una sonora carcajada, le dio una palmada en la espalda a Raiquen y revolvió los cabellos de Kaelan y Lisandra.

—No pasa nada, hijos míos. Solo estaba pensando en lo grandes que están ya. ¡Cuánto tiempo ha pasado!, son mi orgullo y los amo, a los tres —les dijo mientras los rodeaba con sus poderosos brazos en un cálido abrazo.

—Nosotros también te amamos, padre, y también a nuestra madre —dijo Raiquen. Lisandra y Kaelan aprobaron tal afirmación con el sí del movimiento de sus cabezas.

—Bueno, entremos, que vuestra madre estará preguntándose dónde estamos.

Se puso la piel que usaba como abrigo, recogió el hacha echándosela al hombro y caminó detrás de sus hijos en dirección al castillo. Veía cómo los mechones de distintos colores que los tres tenían se mecían al viento. Un mechón azul adornaba el cabello de Raiquen, y las largas cabelleras de sus hijas se veían adornadas por un mechón morado, en el caso de Kaelan, y por uno rojo con tonos rosados en el de Lisandra. Entraron al castillo y siguieron por un pasillo que los condujo a una amplia estancia. Esta contaba con una enorme mesa, ante la cual se encontraba sentada la reina.

—¿Dónde estaban, queridos? —preguntó Raleska mientras esperaba a que le sirvieran el desayuno.

—Estábamos allá afuera, querida. Nuestros amados hijos, junto al río; y yo, cortando leña —respondió el rey, señalando hacia la puerta con un movimiento de cabeza.

—Pero, querido, ya te dije que dejes que alguien más se haga cargo de eso —dijo la reina, mientras uno de los ayudantes se acercaba a la mesa con bandejas llenas de comida.

—No puedo, quiero hacerlo yo; además, me mantiene en forma —replicó el rey con tono divertido mientras le mostraba a la reina sus músculos—. ¿Acaso no te gustan los abrazos que te dan estos enormes brazos?

—Contigo no se puede, querido, de verdad — dijo la reina poniendo los ojos en blanco. Una sonrisa asomaba a su rostro, y movía la cabeza mostrando resignación.

Raiquen, Kaelan y Lisandra observaban y escuchaban alegres la conversación de sus padres mientras tomaban asiento. Una vez sentados, los sirvientes comenzaron a rodear la mesa y les acercaron unos platos en los que fueron sirviendo raciones de carne, vegetales y fruta. Trajeron también unas enormes jarras de agua, la cual les sirvieron en elegantes copas.

—Por cierto, tuve un sueño muy extraño anoche: aparecía Zaktana —dijo la reina.

El rey se la quedó mirando muy serio, recordando lo sucedido años atrás. Miró a sus hijos y sonrió.

—¿Y qué sucedía en el sueño, querida? —preguntó con interés el rey—. ¿Te decía algo extraño o te daba alguna noticia?

La reina terminó de masticar los alimentos que tenía en la boca, tomó un sorbo de agua y le dijo:

—Ambas cosas, querido. Me dijo que la hora había llegado, que el entrenamiento debía comenzar ya porque se acercaban tiempos difíciles. — Pinchó un trozo de fruta y se lo llevó a la boca.

Raiquen, Kaelan y Lisandra se miraron, sorprendidos; sus rostros denotaban extrañeza y duda. Los tres habían tenido un sueño parecido, pero en él veían a un hombre de larga y espesa barba que llevaba una extraña indumentaria y un gorro picudo de color negro. Ese hombre les había dicho en sueños a los tres hermanos que era hora de empezar a enseñarles cómo manejar el poder interior que tenían.

—Madre... —dijeron al unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo.

—Bueno, Raiquen, dilo tú —dijo Lisandra mientras miraba a sus padres—. Diles lo que hemos soñado nosotros.

—¿Acaso ustedes también tuvieron un sueño extraño? —preguntó el rey, mostrando un interés aún más profundo y dando un sorbo a la copa de agua—. Cuéntennos, por favor.

Raiquen hizo a un lado su plato de comida, acomodó los codos en la mesa y la barbilla sobre sus manos entrelazadas y pensó en cómo empezar a explicarles. Se acarició su mechón de color azul.

—Antes de empezar, madre, quiero saber una cosa: ¿por qué mis hermanas y yo tenemos un mechón de cabello de distinto color al resto de nuestra cabellera? —preguntó Raiquen a la vez que miraba a sus hermanas, pidiéndoles apoyo con la mirada—. ¿Y por qué es diferente en cada uno de nosotros?

—Sí, madre, ¿por qué tenemos un mechón de distinto color? —preguntó Kaelan mientras Lisandra y ella misma tomaban su cabello y miraban sus particulares mechones.

Los reyes se miraron fijamente y asintieron con la cabeza con temple resignado; sí, había llegado el momento. Con una mirada y un movimiento apenas perceptible, decidieron que el rey sería quien les contaría la historia.

—Verán, hijos míos: ni vuestra madre ni yo estamos seguros de por qué tienen un mechón de distinto color. Lo único que sabemos es que eso los hace especiales —dijo el rey en tono serio mientras la reina asentía.

—Así es, ese mechón de color los hace especiales... y también poderosos —recalcó la reina.

—¡¿Especiales y poderosos?! —preguntaron los tres, sorprendidos, mientras se miraban de manera extrañada.

—Así es; será mejor que vuestro padre os lo cuente. El rey les contó la especial y mágica situación en la que Raiquen había sido concebido, así como la situación en la que ellas habían nacido.

—Y parece que el color en vuestro cabello se debe a eso —concluyó el rey.

—¡Aaaah! —exclamaron los tres con los ojos como platos.

—Entonces, ¿de verdad somos unos poderosos hechiceros?

—preguntó Kaelan con voz más grave mientras hacía ademán de lanzar un hechizo.

—Según nos dijo Zaktana, así es, hija mía —respondió el rey.

—¿Y cuándo aprenderemos a lanzar hechizos? —preguntó Lisandra. Raiquen se unió a esa misma pregunta. Ambos mostraron verdadero interés por saber más.

El rey dedicó su atención al plato de comida que tenía enfrente, tomó un tenedor, pinchó un trozo de carne y, antes de llevárselo a la boca, les respondió a sus hijos:

—No lo sé. Tenemos que esperar a que Zaktana vuelva a aparecer para saberlo. Cuando llegue el momento exacto, lo sabremos.

Ahora, comamos y cuéntennos qué soñaron anoche.

Los chicos les contaron su sueño a grandes rasgos. Sus padres interpretaron que los chicos habían soñado con Zaktana. Justo en ese momento y en algún lugar, Zaktana despertó sobresaltado. «¡Carambolas!», dijo mientras se frotaba la cara con una mano. «La comunicación en sueños con la reina y los chicos me ha dejado agotado. Necesito comer algo».

Se levantó y se acercó a la bolsa que cargaba siempre consigo. La abrió y hurgó en ella, hasta que encontró una especie de cápsulas pequeñas. Se llevó una a la boca y la tragó. Acto seguido, sintió cómo la fuerza llenaba su cuerpo. «Será suficiente con esto». Guardó las cápsulas restantes en su mochila. «Es el momento de iniciar el entrenamiento a los chicos».

Comenzó a guardar sus pocas pertenencias. Cuando terminó, se puso de pie, se colgó la mochila y sacudió sus ropas. Colocando una mano en su frente para evitar que el sol lo cegase, se dispuso a buscar el camino.

Lo encontró. Empezó a caminar.

La aventura estaba a punto de llamar a sus puertas.

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